Desde aquel día, mi hijo Alvaro, no deja de repetir todas las tardes: "hombes malos rompellon el paque", "quello ir a paque", "ta cellado", "quellemos el paque". A sus 2 años y medio, el Parque Gorostiaga era "su parque", el prado de sus cuentos, el bosque de sus sueños, su jardín, su pista de carrera, su cancha de pelota, su resbalín, su columpio, su balancín. El Parque era la extensión de su pieza, parte de su casa, parte de su día, de su vida.
Aprendimos a darle de comer, a bañarlo, a vestirlo, a hacerlo dormir. Sin embargo, no hemos aprendido a explicarle qué pasó un día, de la noche a la mañana, con su Parque.
Alvaro se empina para mirar por la ventana, y dice:
"¡máquina rrande hace hoyo rrande en paque!", ¡Mucho ruido camión!", "Hombe malo, hombe malo no rompa el paque". Todas las tardes, todas las mañanas, todas las tardes, sin cesar, Alvaro denuncia.
Existe otro parque, queda más lejos, vamos menos tiempo (hay que volver antes que oscurezca), a veces no vamos (se hizo corta la tarde), hay que cruzar calles con mucho tránsito en la tarde, nos sentimos inseguros. Para Alvaro, ese no es "su Parque". El Parque no se alejó de él; el parque de sus cuentos no existe ya sino en sus sueños. Quizas sus papis puedan traérlo nuevamente de regreso.
Mildred Ehrenfeld Holmgren
Vecina del Parque Gorostiaga
Ortuzar 587 Depto 83-P, Ñuñoa
miércoles, 9 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
La Carta de esta madre me ha llegado a lo más profundo de mi alma.
Ojalá hubiesen miles de mildred en Chile.
Estoy seguro que otro gallo cantaría en este país
Publicar un comentario